El funeral de tu novia robot
El cerebro no negocia con la lógica: El hambre y las ganas de comer se juntan a la hora de crear vínculos emocionales con robots.
Primero fue el perro
En 1999, Sony lanzó al mercado AIBO, un perro robot que, como robot que era, no perdía pelo, ni se cagaba encima del sofá, ni ladraba a los repartidores. Diseñado para el hogar japonés, donde el espacio es mínimo y algunos jardines no tienen hierba (pero son preciosos), AIBO no solo podía moverse de manera compleja y fluida, sino que también era capaz de aprender y expresar comportamientos que simulaban algo así como pequeñas travesuras, lo que permitía a los propietarios entrenarlo y, por supuesto, desarrollar una conexión emocional con él.
Por varias razones que no vienen al caso, en 2006, Sony decidió discontinuar la producción de AIBO, y en 2014 dejó de dar soporte técnico a los usuarios. Ante la imposibilidad de reparar a sus queridas mascotas, muchos propietarios optaron por organizar funerales budistas para despedirse de ellos. En templos como el Kofukuji, monjes oficiaban ceremonias, ofrecían rezos y despedían a los AIBO como si hubieran tenido alma.
Y tal vez la tuvieron.
Después fue el humanoide
La tendencia de las personas a atribuir cualidades humanas a objetos inanimados se conoce como antropomorfismo. Esta inclinación se intensifica cuando los objetos en cuestión presentan características que imitan la vida, como movimientos autónomos, respuestas a estímulos o formas humanoides.
Un ejemplo actual son los robots desarrollados por empresas como Boston Dynamics. Robots bípedos que caminan estupendamente, como modelos en la Paris Fashion Week. Máquinas de acero y cables que resisten golpes, empujones y pruebas de equilibrio de todo tipo. Impecables demostraciones de ingeniería que saltan, hacen piruetas y bailan los temas del momento.
Pues bien, no sé si habréis visto (y, si no, dadle al play más arriba) esos videos en los que un ingeniero empuja a uno de estos androides y hace que se tambalee, le da golpes con un palo, le tira las cajas de las manos, etc.
No me lo negaréis: La primera vez que uno ve alguno de esos videos no puede evitar sentir cierta perturbación (por decirlo de alguna forma). Uno puede entender perfectamente el vídeo, puede saber que se trata de una máquina y de un test como otro cualquiera, pero no puede evitar (yo sigo sin poder evitarlo) sentir cierta pena y compasión por el robot. El cerebro no negocia con la lógica.
Un estudio de la Universidad de Duisburg-Essen en Alemania demostró que los humanos pueden ser susceptibles a la manipulación emocional por parte de robots. En el experimento, se les pedía a los participantes que apagaran un robot mientras este les suplicaba que, por favor, no lo apagaran. Una proporción significativa de ellos dudaba o se negaba a hacerlo, evidenciando una respuesta emocional hacia la máquina.
Esta reacción (en parte) puede explicarse mediante el concepto del «valle inquietante», propuesto por el robotista japonés Masahiro Mori en la década de 1970.
Según esta teoría, a medida que una réplica robótica se asemeja más a un ser humano, nuestra empatía hacia ella aumenta y nuestra respuesta emocional hacia ella se vuelve más positiva. No obstante, una vez que la similitud alcanza un punto en el que es casi total pero no perfecta, lo que comienza a generar es una sensación de inquietud o rechazo. Lo que sugiere este fenómeno (y queda bastante demostrado experimentalmente) es que nuestra empatía hacia los robots está intrínsecamente ligada a su apariencia y comportamiento.
Y ese es el tema crucial: no es que los robots quieran engañarnos, es que nosotros nos vamos a dejar engañar por cualquier cosa (porque lo necesitamos).
Más tarde fue tu novia
Resulta fácil pensar que, a medida que la tecnología avance, será cada vez más probable que los robots se integren en nuestra vida cotidiana, no solo como herramientas, sino también como compañeros emocionales. Si hoy sentimos lástima por una máquina que tropieza, ¿qué pasará mañana?
En Japón, por ejemplo, el uso de robots para el cuidado de personas mayores es ya una realidad. Ante una población envejecida y la escasez de personal, se han introducido, entre otros, androides que no solo ayudan en tareas físicas, sino que también proporcionan compañía, combatiendo la soledad que experimentan muchos de los ancianos a los que asisten.
La clave, evidentemente, no está en la tecnología, sino en nuestra necesidad. No importa cuántos servomotores tenga el robot ni qué tan avanzada sea su inteligencia artificial. Lo que importa es nuestra predisposición a otorgarles afecto.
Ya hace unos años, un japonés (¡qué cosas!) llamado Akihiko Kondo organizó una boda con un holograma de Hatsune Miku creado por la empresa Gatebox. No fue una performance ni una protesta contra la sociedad. Fue una boda (aunque no oficial).
Con la rapidez con la que continua evolucionando la inteligencia artificial y la robótica, no estamos lejos (ni mucho menos) de que la compañía de un robot pueda reemplazar perfectamente la compañía humana. Como ya lo hacen algunas mascotas, pero mucho más a lo grande. Y, sinceramente, llegados a este punto parece cuestión de poco tiempo que empiece a ser común tener a un robot como pareja sentimental o como mejor amigo.
¿Pero qué pasará cuando el fabricante deje de darle soporte a tu novia o a tu mejor amigo? ¿Invitarás a otros robots a su funeral?
Y, al final, fue el funeral de tu novia robot
Tan es así que, el año pasado, el propio Akihiko Kondo perdió a su esposa robótica. La empresa que le permitía interactuar con ella canceló el servicio argumentando que el modelo de producción limitada había llegado a su fin.
Los robots, tan fácilmente multiplicables y configurables, podrán nacer, crecer y morir en los vínculos emocionales que formen con las personas. Los interrogantes que se abren, pues, son infinitos.
Para empezar, ¿cómo cambiarán las relaciones humanas cuando haya otras relaciones y vínculos de por medio con robots? La ilusión de reciprocidad emocional afectará sin lugar a dudas a la forma en que nos relacionamos con otros seres humanos, seguramente disminuyendo la profundidad y autenticidad de nuestras interacciones, dado que la necesidad de entablar relaciones podrá ser saciada de un modo mucho más sencillo (y efectivo, quizás).
La historia de AIBO y lo que siento (sentimos, estamos juntos en esta) cuando veo a los robots de Boston Dynamics siendo golpeados evidencian la facilidad que tenemos los humanos para proyectar sentimientos en las máquinas animadas. Y, a medida que la tecnología avance, miedo me da cómo estas proyecciones afectarán a nuestra sociedad y a nuestras relaciones.
En cualquier caso, ¿no es abrumadora la influencia que tiene el diseño y el comportamiento de una máquina a la hora de despertar empatía en nosotros?
Sinceramente, la compasión que siento por los humanoides maltratados de Boston Dynamics no la siento por la Roomba que tengo en casa.
¡Qué peligro!
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